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Evaluación para el aprendizaje

22 de junio de 2023
Autor/a: Coral Regí, Sandra Entrena
Biografía del autor/a:

Coral Regí Rodríguez.

@coralregi- Twitter

Nacida en Barcelona el 22 de diciembre de 1956. Vivo en Barcelona

Directora de la Escuela Virolai de Barcelona – www.virolai.com hasta 2021 y en estos últimos años asesora y consultora en transformación educativa. 

Soy bióloga de formación y hace más de 30 años que me dedico a la docencia, dando clases de biología. Me gusta mucho ser docente: acompañar a los alumnos en el proceso de aprendizaje y compartir experiencias: aprender juntos.

Me interesan mucho los temas vinculados a la Transformación educativa y a la innovación, el liderazgo educativo y la gestión, así como la calidad educativa y los procesos de Evaluación.

Me gusta participar en la vida asociativa y participativa de la ciudad y formo parte de diversos organismos entre los que destacan el Consejo Escolar de Cataluña en el ámbito de las personas de prestigio y la Sociedad Catalana de Pedagogía.

Colaboro con diferentes iniciativas vinculadas a la Transformación educativa: Fundación Bofill, Futuros de la Educación, Fundación Nueva Educación, EduCaixa, UNESCO, …

Sandra Entrena Ortega.

@entrena_sandra – Twitter 

Bióloga, de Hospitalet de Llobregat. Profesora asociada en la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona. Tutora de alumnos de Prácticas o Trabajos Finales de Grado.

Apasionada por la mejora de la experiencia de aprendizaje del alumnado siguiendo metodologías activas, de indagación o manipulación a través del Aprendizaje Basado en Proyectos, Problemas o Retos en la Escola Virolai de Barcelona. Centrada en el desarrollo de las materias STEAM e implicada en la educación para el desarrollo sostenible colaborando con Catesco

Actualmente es directora de l’Escola Virolai de Barcelona

Categoría:
Resumen: En el contexto actual, donde pensamos en una educación para todos, para aprender a lo largo de la vida, para ser competentes; hay que plantearse la revisión de una de las concepciones más arraigadas en el Sistema Educativo: La evaluación. La evaluación más tradicional, que era válida en contextos donde la educación seguía otro paradigma enfocado en el puro saber, en recordar conceptos y donde el alumnado tenía un papel pasivo, ya no sirve. La evaluación calificadora tiene un objetivo diferente al de la evaluación formativa o formadora, y la clave es entender que el momento actual clama una evaluación que ayude a mejorar, a seguir creciendo, a desarrollarnos. Si hemos cambiado el paradigma de la Escuela, ya no tiene sentido recibir una calificación, si no que se necesita un acompañamiento, una guía, o más información para seguir avanzando en el camino. Las evaluaciones que cumplen con estos requisitos son, por un lado, una evaluación formativa donde los educadores cambian totalmente su rol y pueden entrar en juego la familia y los compañeros; y por el otro, una evaluación formadora donde los alumnos reflexionan sobre el propio proceso desde la introspección personal. Esta transición entre estos tipos de evaluación no es un proceso fácil. Dudaremos sobre lo que es importante evaluar, sobre cómo hacerlo, sobre quién debe hacerlo o cuándo, pero es un cambio necesario. En la Escola Virolai, todo esto se vehicula a través del Plan Personal del alumno, que cambia a lo largo de la vida escolar, adaptándose a diferentes edades, realidades y circunstancias. Este Plan Personal recoge objetivos, actuaciones y lo más importante reflexiones por parte del alumno, el tutor y la familia. Los ámbitos de la escuela que van acompañando todo el desarrollo y el proceso de aprendizaje van totalmente alineados. Todos los educadores de Virolai asumen la responsabilidad en la educación personalizada de cada niño, niña o adolescente, fundamentándose en los valores básicos como la creatividad, resiliencia o la autosuperación.

Los procesos de transformación educativa que estamos viviendo en los últimos años, nos han hecho replantear muchas concepciones pedagógicas y educativas, entre ellas encontramos la concepción tradicional de evaluación.

Para situarnos en el tema hemos de tener presente algunas de las premisas que han provocado la necesidad de la transformación educativa:

  • El aprendizaje ya no se da tan sólo en una etapa de la vida, sino que hemos de estar preparados y dispuestos para aprender a lo largo de la vida y esto determina la importancia de priorizar más allá de los contenidos, las estrategias de aprendizaje y muy especialmente los valores que nos ayudan a mantener una actitud de mejora y aprendizaje permanente.
  • La escolarización obligatoria hasta los 16 o 18 años implica que más allá de la asistencia a la escuela, hemos de asegurar que todo el alumnado ha de vivir esta etapa como una oportunidad de desarrollo personal. Por tanto, la escuela ha de dar respuesta a todos los alumnos y este es uno de los retos más complejos que hemos de asumir los profesionales de la educación.  

En este contexto de una educación para todos los alumnos, de una educación para aprender a lo largo de la vida hay que plantearse la revisión de una de las concepciones más arraigadas en el Sistema Educativo: La evaluación como un juicio al alumno, para certificar lo que sabe y no sabe, con un rol de juez por parte del profesor. Una evaluación que implica calificar al alumno y la que se considera una evaluación justa, objetiva. En muchos casos estamos realizando procesos de transformación educativa en el aula y continuamos utilizando la calificación, ya no por convicción pedagógica, sino por tradición y porque nos parece un sistema ya conocido y reconocido a nivel social. Simplificando mucho aunque ya trabajemos en el aula con otros procesos, mantenemos el sistema de lección tradicional: Profesor que explica, alumno que realiza ejercicios y estudia y examen final para verificar lo aprendido. Tal como nos dice Carlos Magro: 

¿Qué medimos cuando evaluamos? … ¿Estamos evaluando lo importante o nos limitamos a dar importancia a lo que sabemos evaluar o nos resulta más fácil medir? 

Está claro que, si no modificamos el sistema de evaluación cualquier transformación educativa, queda desfigurada y sin sentido… Por tanto, hemos de avanzar en una concepción de la evaluación como herramienta formativa que aporte al alumno información de en qué punto está en el proceso de aprendizaje, cómo puede continuar avanzando y con un profesor que ya no actúa como juez sino como acompañante y ayudando al alumno en su proceso de aprendizaje y crecimiento personal. Es decir, apostando claramente por una evaluación formativa y formadora. 

¿Es fácil este proceso? Claramente no… ¿es necesario? Es imprescindible si queremos asegurar que la escuela da respuesta a todos los alumnos formándolos para continuar aprendiendo. ¿Es posible hacerlo en nuestras aulas de 30 o 35 alumnos? Cualquier proceso diferente que queramos incorporar en nuestra práctica educativa implica un cambio de nuestros esquemas previos en los que nos hemos formado y hemos aplicado en nuestra experiencia docente pero siempre hemos de partir de una propuesta sostenible a nivel de tiempo y disponibilidad. No podemos establecer propuestas de cambio que impliquen quijotadas insostenibles, más allá del ímpetu y la motivación del momento inicial. 

¿Y cómo y cuándo hacerlo? De entrada siempre el qué y por qué antes del cómo… Hemos de partir de una concepción de la evaluación no finalista, sino una evaluación que forma parte del proceso, una evaluación que sirve para continuar aprendiendo y que por tanto no descalifica, ni sanciona al alumno provocando su salida del sistema educativo -fracaso escolar- sino es una herramienta reflexiva que le aporta información motivadora pero real y exigente para continuar aprendiendo y en un sistema de escolarización obligatoria hasta los 18 años, la escuela ha de acoger y dar respuesta real y constructiva a todos los alumnos.

En una educación que ha de preparar para continuar aprendiendo, que hay que priorizar en una evaluación formativa y formadora: ¿Qué evaluar? 

Más allá de lo que sabe un alumno, las competencias transversales para continuar aprendiendo: La capacidad de HACER: aplicar e integrar conceptos, contextos y fuentes diferentes y su preparación para continuar aprendiendo. ¡Y atención, que no estamos hablando de no trabajar contenidos!, sino al contrario, de trabajarlos con un nivel de exigencia superior que implica saberlos utilizar en situaciones nuevas. 

¿Y qué pasa con la educación de valores? Entramos en una de las contradicciones más grandes como educadores. Nos llenamos la boca de la importancia del esfuerzo, la perseverancia, la creatividad… y cuando hablamos de cómo educar estos valores, nos quedamos con los tópicos: de la ejemplaridad y de manera transversal, pero ¿cómo educamos los valores de la autosuperación en la escuela? Es imprescindible tener una estrategia concreta para educar en valores y también por tanto valorar -evaluar formativamente- su progreso. Escuchamos muchas veces que los cambios educativos implican una bajada de nivel o que no propician la autosuperación ni la implicación de los alumnos, ¿pero en el sistema tradicional de evaluación calificadora estamos valorando realmente al alumno que se esfuerza y se implica o en realidad valoramos el resultado final más vinculado a las capacidades innatas del alumno o a lo que ha memorizado? Es cierto que no se trata de simplificar ni caricaturizar y que todo este proceso está lleno de excepciones y buenas prácticas, pero lo que es imprescindible es que, si creemos en la importancia de los valores, nos planteemos cómo educarlos y cómo valorar el progreso. Recordando la frase de lo que no se evalúa se devalúa…

¿Y quién se ha de evaluar? Si en una evaluación calificadora el rol principal es del profesor, en una evaluación formativa, hemos de traspasar el protagonismo al proceso de reflexión acompañando al alumno y a él mismo en su proceso de autoevaluación formadora. Hemos de partir de un trabajo previo de autoconocimiento por parte del alumno para ser consciente de sus puntos fuertes y sus ámbitos de mejora a nivel personal y como aprendiz, para poder valorar su progreso y su implicación. Esta indagación se hará siempre acompañada por la visión del profesorado y otros educadores y también de la visión complementaria de sus compañeros -coevaluación-. Trabajar con los alumnos sobre la reflexión de cómo aprenden, qué aprenden mejor y qué han de hacer para mejorar, es darles las herramientas que necesitarán para autorregularse y continuar aprendiendo como una persona autónoma a lo largo de su vida: es prepararlos para el lifelong learning. 

Y de acuerdo con esta visión holística de la educación, hemos de incorporar también al proceso evaluativo de manera prioritaria a las familias, responsables finales de la educación, y también a diferentes educadores de actividades de tiempo libre, entrenadores deportivos, maestros de música… entre otros que pueden complementar la visión y el progreso del alumno.

¿En esta evaluación formativa cómo queda el rol del profesor? En muchas ocasiones escucharemos opiniones de que esta evaluación es un proceso soft que implica un aprobado general- mezclando equivocadamente la calificación- e interpretándolo como un proceso que reduce el esfuerzo del alumno. Y no puede ser así, no ha de ser así: la evaluación es un acompañamiento próximo, en positivo, que ha de provocar más ganas de aprender, que ha de evidenciar al alumno que lo importante no es donde llegas sino lo que progresas en función de tus singularidades y partiendo de su implicación y autosuperación. La evaluación no es más exigente si provoca el distanciamiento o el abandono de los alumnos. Todos sonreímos delante de la imagen del profesor que le dice a un grupo de animales distintos -pez, mono, elefante, pájaro…- que para hacer una evaluación justa han de realizar la misma prueba: subir al árbol… pero en muchas ocasiones planteamos el mismo reto a alumnos distintos, creyendo que conseguiremos una evaluación más justa y objetiva.

El rol del profesor en la evaluación no puede ser el de juez que determina lo que el alumno recuerda o no, o lo que sabe o no sabe hacer, ni mucho menos de fiscal  que intente encontrar el punto flaco del alumno para evidenciar lo que no sabe, para hacerle sentir inseguro. El rol del profesor es mucho más transcendente, más imprescindible. Ha de ser como un maestro sensei, que acompaña al alumno mediante la reflexión, el diálogo y el análisis del error, para provocar que el alumno continúe aprendiendo, creciendo como estudiante y sobre todo como persona. Una persona que vivencie el entorno escolar como un espacio de acompañamiento y acogida en el que se le ayuda, se le incentiva para evitar un rendimiento que no potencie todas sus aptitudes o incluso el abandono escolar. 

En una evaluación calificadora se sanciona el error: el alumno supera cuando es capaz de hacer bien una determinada tarea o domina el contenido de una lección, pero en una evaluación formativa o formadora, el error forma parte del proceso, la reflexión y el análisis del error es la mejor oportunidad para aprender. Nuestra tarea como maestro no es evaluar si el alumno sabe o no sabe hacer una determinada tarea, nuestra función es ayudarles a detectar errores y que el alumno aprenda a solventarlos. Por tanto, los juicios del estilo: “estos alumnos no saben hacer ecuaciones” o “no dominan la comprensión de un texto”, no tienen ninguna utilidad. No se trata con un símil médico de diagnosticar, sino más bien de curar o aún mejor de que el alumno sepa tomar las medidas preventivas que eviten la enfermedad. El alumno ha de poder rehacer el proceso, ¡de que aprendan! 

En muchas ocasiones se percibe la evaluación formativa o formadora como una evaluación poco exigente, que trata al alumno entre algodones evitando que se disguste o se pueda frustrar…y por ahí no va el tema. El educador ha de establecer una relación próxima con el alumno que facilite una alta exigencia sin que ponga en duda la confianza del alumno en el mismo y en la institución educativa; es entonces cuando entramos en cómo trabajar el feedback. Esta retroalimentación no ha de implicar elogiar al alumno, sino alentarlo, darle motivos para esforzarse, para aprender, partiendo de lo que el alumno hace bien, para darle pautas para continuar aprendiendo sobre aquello en lo que puede mejorar. En el diálogo con el alumno, es igual de contraproducente desanimarlo con juicios negativos, como establecer diálogos con elogios vacíos y exagerados. Lo que tenemos que conseguir es que el alumno mantenga la mentalidad de crecimiento y que se encuentre en un entorno de confianza y ayuda. 

Por último, hay que reconocer que por encima de todo hay una evaluación competencial y diferencial, en la que valoramos el progreso, el esfuerzo de cada alumno, por encima del nivel alcanzado. Una evaluación justa es la que se adapta a cada niño, la que provoca desarrollo personal y la que nos ayuda a seguir aprendiendo porque da pistas para continuar. O lo que es lo mismo una evaluación formativa y formadora con la intención de mejorar el aprendizaje antes de que acabe el proceso. Brindar a los alumnos la oportunidad de establecer cambios y mejoras sobre sus propias producciones es posible si se les permite reflexionar sobre cómo lo han hecho, ayudarles a ser críticos positivos y constructivos de su trabajo y el de los demás, aprender en todos y cada uno de los momentos en el aula o fuera de ella, de todas las situaciones y de todas las personas que interaccionan con ellos. Tampoco podemos olvidar que es muy importante ser capaces de aprovechar el error y empezar a construir a partir de él. Con todo esto conseguimos eliminar el miedo y el temor a la evaluación y generar la necesidad de recibir una retroalimentación, una opinión o un consejo como una gran ayuda. 

Educar es ayudar a crecer como personas autónomas y el acompañamiento del educador, del tutor tiene que servir para hacerle crecer en seguridad y confianza, y hemos de evitar el riesgo de educar personas muy dependientes del feedback externo.  Nuestra función como educadores es empoderar al niño, niña o adolescente fomentando su autonomía, iniciativa, seguridad en sí mismo e independencia. 

La personalización mediante la tutoría y el Plan Personal del alumno

¿Cómo traducimos en Virolai todo lo explicado en el día a día del aula? Para nosotros, la clave de que todo esto funcione y que exista una verdadera personalización se establece a partir de la tutoría individualizada que nos permite acompañar a cada alumno en un seguimiento holístico de la persona. El objetivo ya no es la enseñanza personalizada, es una educación personalizada trabajada de manera conjunta por la escuela, la familia y el alumnado.

El acompañamiento individual de los alumnos se basa en una serie de dinámicas enfocadas a la exploración de uno mismo, las emociones propias y de los demás, las relaciones sociales y la individualidad dentro de un conjunto. Es entonces, cuando a partir de este autoconocimiento se puede establecer un Plan Personal de mejora. 

Todos los alumnos, desde los 5 a los 18 años, redactan un Plan Personal que se va adaptando a la edad madurativa de los alumnos y a las idiosincrasias de cada edad. Se hace un seguimiento continuado de los objetivos y actuaciones establecidas a través de entrevistas del tutor/a con el alumno/a y su familia. 

Cabe destacar también el alineamiento entre todos los educadores que acompañarán a cada niño o niña y mantendrán una coherencia en el retorno, guía, acompañamiento y facilitación de la reflexión en todos los ámbitos de la escuela (horario lectivo, recreos, comedor, extracurriculares, ámbito formal o no formal…). Y la coordinación necesaria con el tutor o tutora del alumno.

Empezamos en Educación Infantil partiendo del propio contexto real de aprendizaje en el que se realizan las interacciones entre las maestras y los niños y niñas. Se da siempre desde el respeto a la individualidad, de una manera natural y en positivo y se identifican las acciones para poco a poco hacerles consciente de su propio yo y con un trabajo continuado con la familia.

En Educación Primaria se fundamenta el proceso de autoconocimiento teniendo como premisa la autoestima y la autoimagen ajustada que trabajamos a partir de diferentes actividades individuales y grupales. Tratamos el ámbito personal (cómo soy), la relación con los demás y el entorno, la relación con los aprendizajes (cómo aprendo) y la relación con la familia. A partir de este proceso de autoconocimiento y con la reflexión conjunta alumno-tutor-familia se establecerá su Plan Personal que recoge los objetivos de mejora de los distintos ámbitos. Es tanta la importancia que tiene para nosotros, que el seguimiento y valoración del Plan Personal son la base de la evaluación competencial, formativa, formadora y continua. Se parte de la autoevaluación del alumno, del feedback positivo y para el crecimiento por parte de familia y la escuela, y concluye con una reflexión personal, todo ello coordinado siempre por el tutor o tutora.

En Educación Secundaria se mantiene esta línea, incorporando las singularidades de esta etapa de cambios, reafirmación de la personalidad e identidad propias y llena de preguntas y dudas constantes. El Plan Personal ayuda al alumnado, de manera cada vez más autónoma, a marcarse objetivos realistas en su día a día. Se empieza por una indagación basándose en nuevas inquietudes que irá planteando nuevos objetivos a lo largo de todo el curso. El tutor de secundaria crea un vínculo muy fuerte con el alumnado, siempre respetando su intimidad, tiempos y estableciendo una relación de confianza mutua. 

En Bachillerato el Plan Personal asume además un papel fundamental en la orientación profesional y de futuro. Nos centramos, mediante un ejercicio de reflexión y exploración de sus puntos fuertes y de mejora, en potenciar sus mejores habilidades y ayudar en la mejora de aquellas que tienen margen de crecimiento. Es en esta etapa dónde los alumnos son conscientes de la necesidad de conocerse para poder decidir sobre su futuro. Y para aquellos que, pese a todo el recorrido, no lo tienen claro todavía, habrán incorporado todas las estrategias necesarias para asumir decisiones sin tener miedo a cambiarlas y afrontarlas con resiliencia. 

Por todo esto es que los tutores, a lo largo de toda la etapa educativa, pasan a ser el mejor aliado para el desarrollo de cada una de las personitas que empiezan en la escuela a los 12 meses (o incluso menos) y salen a los 18 años convertidos en adultos.

Nos dice Yuval Noah Harari en el capítulo dedicado a educación de su libro 21 lecciones para el siglo XXI: “La pregunta más urgente y complicada de responder será: ¿Quién soy? …y a partir de ahí habrás de aprender constantemente y reinventarte a ti mismo, una y otra vez”  Este es nuestro reto como educadores: ayudar a nuestros alumnos a conocerse, a incorporar la actitud de autosuperación y aprendizaje permanente a lo largo de la vida; y mantener, por encima de todo, la entereza y fortaleza personal que les permita adaptarse a un entorno social que es y será más imprevisible de lo que podíamos imaginar en los cambios de paradigma de los que hablábamos antes de la pandemia del coronavirus. 

Nuestra tarea es educar acompañando a lo largo del proceso teniendo como objetivo final y transcendente: Educar personas autónomas, Educar para la libertad. 

Bibliografía y enlaces relacionados

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